El inglés The Guardian, uno de los mejores diarios del mundo, cerró su crónica en vivo del partido con el siguiente comentario: "¿Por qué no puede ser siempre así el fútbol? Fue un espectáculo maravilloso". Pensé exactamente lo mismo apenas terminó el clásico que Real Madrid y Barcelona igualaron el miércoles 1-1 en el Bernabéu. Y reforcé el pensamiento cuando ese mismo día vi por la noche el Boca-River de Mendoza. No es cuestión de hacer comparaciones que no tienen sentido, porque Nicolás Blandi jamás podrá ser Lionel Messi ni Rogelio Funes Mori será Cristiano Ronaldo. Pero ni Messi ni Ronaldo jugaron bien y, aún así, el clásico español fue espectacular porque hubo dos equipos que dieron todo por el espectáculo. Jugaron y lucharon hasta el último minuto. Cada uno con sus armas, pero lo más claro fue que los dos arriesgaron para ganar. Y arriesgaron pese a que se están jugando un boleto a la final de la Copa del Rey. Boca-River, en cambio, igual que anoche en Córdoba, jugaban apenas un amistoso. Aún así, eligieron correr riesgo mínimo, especialmente Boca, aguantando los 90 minutos para llegar a los penales. A los penales, reitero, de un amistoso. "Un clásico entre River y Boca -dice el lugar común que sirve de excusa- nunca es un amistoso". Y así, con la idea de que lo más importante es no perder, el fútbol argentino, juegue amistosos o partidos oficiales, se olvida cada vez más de jugar. No es un buen inicio de año.
Inevitable, algo hay que vender, el posclásico en Argentina se alimentó de los cruces Carlos Bianchi-Ramón Díaz o de qué barra copó la tribuna, si la de Mauro Martín o la del "Rafa" Di Zeo. Imposible hablar del juego. No lo hubo. Sí lo hubo en cambio en el Bernabéu. No obstante, como la prensa deportiva eligió desde hace tiempo entretener antes que informar, también en España el día después se alimentó de polémicas extrafutbolísticas. A una de ellas, que acaso sí tenía sentido profundizar, se le prestó atención mínima. Me refiero a la declaración de Dani Alves, otra vez hostigado en el Bernabéu con cánticos racistas. "La del racismo -se lamentó el lateral brasileño- es una batalla perdida". La prensa madrileña eligió poner su foco en otro lugar: la acusación a Messi de haberle dicho primero al DT asistente Aitor Karanka que era un "muñeco" de José Mourinho y, luego, de haber ido al estacionamiento del estadio después del partido para decirle al defensor Alvaro Arbeloa que era un bobo. La prensa madrileña está harta de las comparaciones del Messi-humilde vs. el Ronaldo-arrogante. Harta porque ambos, con sus actitudes y declaraciones, dentro y fuera de la cancha, han reforzado esas etiquetas. "Está bien -se pretende decir ahora- Messi podrá ser mejor jugador, pero él también es tan villano como Ronaldo".
Hay decenas de anécdotas que cuentan que Messi se desvive por ganar. Algún relato de un llanto dramático en un vestuario de Barcelona después de alguna derrota importante, su obsesión de jugar siempre y no ser reemplazado ni siquiera en el último minuto y después de hacer cinco goles para recibir la ovación del público, algunos cruces con compañeros que no le devolvieron un pase. "Pequeño dictador", han llegado a decirle. ¿Acaso alguien cree que se puede ser número uno sin ese nivel de exigencia? A diferencia de Ronaldo, a Messi nunca le interesó el show. No lo necesita. Su dinero lo gana por lo que hace dentro de la cancha, no fuera. Ese bajo perfil propio, más la impronta de la escuela de La Masía, hacen que Messi hable poco y nada con la prensa, evite las polémicas y parezca casi mudo. De ahí a la burla hay un paso, más aún si la figura en cuestión es "sudaca" y le ha ganado al Madrid. "Subnormal", cantaron a Messi otra vez el miércoles fanáticos radicales del "merengue". Igual que Alves con los coros racistas, Messi escuchó sin responder los insultos. Esta vez no hubo pisotones de Pepe ni patadones de Sergio Ramos como en algún clásico anterior, pero sí los empujones y patadas de siempre. Y, además, debió soportar que, ante la vista de todos y sin que el árbitro hiciera nada, Arbeloa y Xabi Alonso pusieran sus manos sobre su rostro, uno detrás del otro. Una cosa es que Messi haya elegido el bajo perfil. Pero eso no quiere decir que carezca de temperamento. Por más genial que sea su juego, jamás habría llegado donde llegó.
No se pretende con esto justificar a Messi. Pero no es justo que una reacción equivocada después de un partido caliente, si existió, pueda ser comparada con una conducta que ya es norma desde que Mourinho asumió como DT de Real Madrid. El portugués, acaso uno de los mejores técnicos de los últimos años, tiene un larguísimo historial de mal perdedor. Quejas permanentes sobre los arbitrajes, excusas infantiles en la derrota, golpes inclusive desde la banca (como el famoso dedo que le incrustó a Tito Vilanova en un viejo clásico) y, además, la exigencia de fichar siempre al precio que sea, especialmente a jugadores que son representados por su amigo y compatriota Jorge Mendes. Exige al club y a sus jugadores lealtades absolutas, aún cuando deban embarrarse como él, criticando arbitrajes o intimidando rivales. La historia del Barça-Madrid cambió a partir de Mourinho. No es casual el trascendido de que los dos capitanes del Madrid, Iker Casillas y Ramos, le avisaron al presidente Florentino Pérez que si Mourinho sigue una temporada más varios jugadores querrán irse a otro club en junio. Así me lo dicen todas mis fuentes en España, tanto en Madrid como en Barcelona. ¿Se puede equiparar entonces una supuesta actitud equivocada de Messi con el desquicio en que se ha convertido el "Madrid" de Mourinho? ¿Acaso "Barça" armó escándalo alguno porque "Madrid" fue campeón de la Liga pasada?
Los hinchas del "Barça" están furiosos. Dicen que el "Madrid" (le cobraron 19 faltas, contra cinco del equipo catalán) se la pasó pegando buena parte del partido y, encima, arman escándalo por los supuestos insultos de Messi. Lo ven a "Leo" perfecto y no toleran lo que consideran una campaña que no cesará hasta que Ronaldo, lo merezca o no, frene la seguidilla de Balones de Oro ganados por Messi. Creen que Barcelona no debe prestarse al juego de la batalla mediática, que favorecerá al "Madrid", sino hacer lo de siempre: responder dentro de la cancha. Y creen que José Callejón, que contó el viernes pasado en conferencia de prensa los insultos de Messi, lo hizo mandado por Mourinho. Su declaración, eso sí, tuvo algunas fallas. Primero causó hilaridad cuando dijo que "el único club que ha sufrido insultos racistas ha sido Real Madrid". Y, segundo, cuando afirmó que Messi esperó hasta hora y media en el estacionamiento del Bernabéu para insultar a Arbeloa. ¿Cómo no hay imagen alguna? Peor aún: a esa hora Messi estaba ya no arriba del micro camino al aeropuerto, sino arriba del avión y retornando a Barcelona. "Ahora -ironiza un amigo desde Barcelona- no tengo dudas de que Messi es Dios, porque puede estar en dos lugares al mismo tiempo".